11 febrero 2007

El vendedor deambulante

Todavia tespero
El vendedor deambulante
El vendedor se disponía a recoger la mercancía con cierta parsimonia. Cerraba viejas cajas de madera donde guardaba cuchillas de afeitar, horquillas, cortaúñas, algún que otro llavero, baratijas y otros cachivaches. Cuando terminó de cerrar las cajas las metió todas en un viejo maletón.
Aquel no había sido un buen día. Ni siquiera había sacado para comer una tapa en el bar de la estación. ¡Con lo que le gustaban a el los callos!
Tomó el primer tren y se adormiló en el rellano que hay entre la puerta y el servicio, cuando súbitamente fue despertado, no con demasiados buenos modos por el supervisor.
-Venga, billete, billete
-Yo no molesto
-Si no es que moleste o no moleste, es que no se puede viajar sin billete, así que se baja en Albacete.
Dios mío. ¡Como había podido caer tan bajo!. Él, que llegó a ser representante de caramelos Pakito.
Una señora que no había perdido comba de la conversación con el interventor, a nada que se repuso le espeta:
-Oiga, Vd. que vende
-Señora, yo no vendo, a mi me compran y mostrándose cada vez más ufano fue relatando su vida a retazos.
-Pues si Señora, yo vendí caramelos, figuras de porcelana, damisela con perros que parecía la misma Diana cazadora, ropa de cama, colchas, encaje negro, ropa de toda clase ¡Y el tacto que tenía con las señoras !. Todo les quedaba bien. Siempre les decía :apretado jamás, ajustado tal vez.
-¿Y que hizo con el dinero que ganó?
-Yo era joven, y hablaba, y fumaba, y ¡como fumaba !. Salía a Bisonte diario
-Y beber, como bebía. De todo, pero lo que más, mistela.
-¿Y ahora qué?
Pues ahora, nada, a colgarme de un almendro en cualquier descampado manchego.
-¡Tan desesperado está!
-¿Y que hago? Nadie me compra, usan maquinillas desechables y no compran cuchillas. Las señoras van a la peluquería y no compran horquillas. Nadie quiere navajas. Los llaveros son antiguos; en uno todavía tengo el retrato de Gento cuando jugaba en el Madrid. Y si no vendo ¿Que voy a hacer?
De pronto una luz se iluminó en su interior. No le solía pasar esto a menudo, pero eran las siete y no había probado bocado.
¡Ya sé lo que voy a hacer! ¡Voy a regalar, regalarlo todo! Todavía tengo labia y puedo hacerlo. ¡Claro que sí! .Aquí mismo, en la estación.
-Señores, Señoras, regalo, regalo todo, pendientes para la niña, medias para la no tan niña, calcetines para tener los pies calentines.
-Oiga, aquí no se puede vender o es que no sabe leer.
-Pero yo no vendo, regalo.
-Venga, venga, camine o lo detengo
-Mamá, quiero un collar.
-No, prefiero llevarte suelta.
-Con esas ligas no ligo ni un jilguero
-Pero Señorita, no le cuestan nada
-Yo prefiero ligar por mi cuenta
-Tiene Vd. la Virgen del Pilar
-No, pero mire, aquí tengo la Virgen de los Desamparados de Valencia.
-Métasela en el culo, pues no ves que soy de Utebo.
Pasa el día y no había vendido una chapa, perdón, regalado.
-Oiga, ¿Porqué no se va por los pueblos? Ya sabe, la ciudad para esto es más dura.
No se lo pensó dos veces y se fue a los pueblos. En verano no se estaba mal, había fruta y se podía comer, pero el invierno era duro y más duro todavía aquel día, que con un aire gélido se podía cortar el rostro con una navaja y no sangrar. Caminaba en dirección a ninguna parte, por aquella calle polvorienta de aquel pueblo maldito; ya quedaban pocas casas para salir del pueblo, cuando en la última casa le sorprendió un niño que con poca ropa aguantaba a la intemperie.
-¿Donde vas?
-No lo sé, creo que a ninguna parte.
¿A que te dedicas?
-A regalar cosas
-¿Regálame algo?
-No lo querrás. Toma una navaja
-No, yo quiero algo más. Yo quiero tu corazón
-Mi corazón no vale nada.
Y metiendo la mano bajo el abrigo quiso sacar su corazón y dárselo, pero encontró que ya no tenía corazón. Su corazón era sostenido por el niño en un vivo retrato del Sagrado Corazón de Jesús.
Aquel día pensó y pensó, y no dejó de pensar dándose cuenta de que si era capaz de regalar el corazón era capaz de darlo todo.
Pasó el tiempo y hoy todo el mundo se maravilla de los injertos del tío Paco, jardinero de las monjas Sagrarias, que no dejó escaramujo sin injertar, siendo el pueblo de Villamediana conocido por sus rosas silvestres, únicas en todo el litoral mediterráneo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, me ha emocionado, creo que es un buen retrato de todos esos vendedores que se encuentran en los mercadillos, la mayor parte de las veces sin vender nada.